miércoles, 11 de julio de 2012

Picadito

En el año 1492, Colón llegó a América. Se trataba de un audax italiano nacido en Genoa, hijo de padres rentistas y de un impresionante despliegue marítimo. Se abría así una nueva etapa para nuestro continente, la cual culminaría a partir del siglo XIX con el surgimiento de un territorio autónomo, dejando atrás la era de la colonia impuesta por los europeos. Como argentinos, nunca olvidamos las hazañas de San Martín y el cruce de los Andes, de Belgrano y la creación de la bandera, de Sarmiento y la fundación de la educación pública Nacional. Ni que no seríamos una república independiente de no ser por el 9 de Julio de 1816.

Lamentablemente no recordamos tanto a Jorge Wilstermann, Palestino de origen, Platense de residencia. Una tarde –hace ya unos años-, Jorge, vestido con un conjunto deportivo español, tomaba un té de bolton y escuchaba viejas canciones de Yupanqui cuando comprendió que debía luchar por el porvenir. Como defensor de Bolívar y de O’Higgins, había peleado muchas veces contra los millonarios bregando por la equidad. Decidió entonces ir en su Torino al rescate de los desamparados. Su generosidad le hizo ganar una notable fama entre los colegiales del Instituto de la Rampla, lo que movilizó la adhesión de la Comisión de Actividades Infantiles del centro de estudiantes de la Universidad de Chile. En talleres conseguidos para tal fin, pudieron los más humildes practicar gimnasia y esgrima, entre otros eventos de carácter recreativo

El nombre de Wilstermann llegó hasta los oídos de Guillermo BrownJunior-, conocido como "el almirante Brown", quien se encontraba en Munich en 1860, encargado del arsenal de armas establecido en el Tiro Federal de la región de Bayern. Se trataba de un personaje muy influyente en la democracia de nuestro país. El militar, enfurecido por la difusión que habían adquirido las acciones de Jorge, en un huracán de furia, le quito los predios en donde se realizaba el quehacer deportivo. Inició así una quema de brujas ayudado por sus secuaces en el nuevo continente y por las ventajas de las nuevas comunicaciones que lo mantenían informado. 

La reacción del oficial castrense generó un revuelo internacional, llevando al pelirrojo almirante a ser criticado alrededor del atlas todo. Numerosas veces fue increpado por peatones al grito de “Colo, Colo, sos mala lecce!” Y en una ocasión le fue arrojada una granada, la cual no llegó a explotar. Presionado para que levante la prohibición a las actividades de Wilstermann, Brown decidió refugiarse en sectores conservadores de la sociedad. Así, asistió a la Universidad Católica durante la celebración del Patronato de la Juventud Católica, con peregrinaciones por los santos San Lorenzo y Santa Marina

Pero cuando la sociedad puebla las calles y sale de su boca un único grito, poco más puede hacerse. Los reclamos de libertad de acción para Jorge fueron acompañados por la unión de todo gremio en el país. Finalmente, durante un acto llevado a cabo en la avenida Santa Fe del barrio porteño de Palermo, la proscripción fue levantada. Y Wilstermann resurgió, como el ave Fénix.

jueves, 19 de abril de 2012

Gato por Liebre

En algún momento del siglo III a.C., el astrónomo griego Aristarco de Samos trazó las bases de lo que luego se conocería como “Teoría Heliocéntrica”, completada y perfeccionada por Nicolás Copérnico y Galileo Galilei, entre otros. Según los postulados de Aristarco, el centro del universo –conocido- estaba ubicado en el Sol y no en la Tierra, siendo esta última la que se movía alrededor del primero, a la par de otros planetas cercanos. Las ideas del astrónomo griego no tardaron en ser tildadas de absurdas por buena parte de la opinión pública helena, fuertemente arraigada al geocentrismo. Casi dos milenios después de que Aristarco fuera el hazmerreír de la comunidad astronómica, la teoría construida sobre sus premisas reinaba –casi- sin oposición en el ámbito científico –y aún hoy lo hace.

Muchas -y muy diversas- son las creencias que cotidianamente afirmamos sin el más mínimo cuestionamiento. Que así es la vida, que qué le vamos a hacer; que vivimos en democracia porque el pueblo elige; que está pesado y se viene la lluvia; que si el agua se hierve se le va todo el oxígeno; que Jesús murió por nosotros, que las brujas no existen pero que las hay, las hay... Lo que tienen en común todas estas ideas es que son fáciles de creer. Fáciles en tanto adherir a ellas no proporciona mayor riesgo de entrar en conflicto, de ser rechazado o desacreditado. Esto es así porque, de la misma manera en que nosotros respaldamos –tácitamente- estas afirmaciones, buena parte de la sociedad también lo hace. Y es mucho más amigable decir cualquier cosa cuando tenemos la certeza de que todos asentirán calladamente.

La imagen que se encuentra al pie de este párrafo puede ser reconocida fácilmente por gran parte de la raza humana. En ella se retrata a Goofy (o Tribilín), personaje animado de los estudios Walt Disney. La identidad de Goofy, compañero de aventuras del ratón Mickey, será nuestro objeto de observación y análisis en los próximos renglones.



Según la opinión mayoritaria, Goofy es un perro. Si nos tomáramos el trabajo de realizar una encuesta en la vía pública, en la que se pregunte a los peatones qué tipo de animal creen que es Goofy, el grueso de las personas –sin contar a quienes nos insulten o se rían de nosotros- afirmará que se trata de un canino animado. Como los discursos dominantes ejercen presión sobre las opiniones, obligando a callar o a modificar su postura a quienes originalmente no adhieran a la actitud hegemónica(1), los que no estén seguros de que Tribilín sea de hecho un perro o teman decir algo factible de ser condenado, responderán, sin embargo, como el resto de los transeúntes. Con todo, aún en los más amplios consensos, existen voces disonantes que, por locura o rebeldía, no temen contradecir los argumentos que la sociedad plantea como indiscutibles. Somos pocos, pero valientes, quienes gritamos a los cuatro vientos que Goofy no es un perro, es una vaca. O un toro. O mejor, un vaco.

Antes de plantear los motivos que nos permiten sostener esta novedosa teoría, es necesario hacer ciertas aclaraciones y concesiones. En primer lugar, los rasgos faciales de la caricatura son fuertemente caninos: el hocico, la nariz negra sobresaliente y las orejas largas se corresponden con la iconicidad de un perro de porte mediano, como el Cocker Spaniel. Por otra parte, tenemos bien en claro que, al tratarse de una serie animada, los personajes no deben adaptarse necesariamente a categorías –o en este caso “especies”- existentes, o al menos no tienen por qué respetar cada una de las cualidades que las definen en el mundo real.

No pueden dejar de observarse, no obstante, ciertas anomalías en la teoría de la caninidad de Tribilín. Y se trata de excepciones lo suficientemente capaces de poner en jaque a la opinión dominante.

La objeción más divulgada, acaso por su obviedad, es que Goofy posee facultades y rasgos no-propios de un perro. En efecto, el personaje camina en dos patas, habla, no tiene cola, usa prendas de vestir y sus extremidades son de una morfología casi humana. Claro, este embate puede resistirse haciendo valer la segunda de las aclaraciones anteriormente mencionadas. La segunda anomalía, empero, complica aún más el panorama.

En las clásicas aventuras de Mickey Mouse no suelen repetirse animales de la misma especie y del mismo sexo. Así, tenemos a Mickey y a Minnie –dos ratones-, a Donald y a Daisie –dos patos-, etc. Es cierto que posteriormente al éxito inicial de la serie animada, se agregaron personajes de las mismas características, pero con el fin único de rivalizar o complejizar a los ya existentes –se crearon a los sobrinos patos de Donald, a los hijos de Goofy, a los enemigos ratones de Mickey-. Lo problemático es el hecho de que, en el mundo de Disney, ya existe un perro, Pluto, quien sí cuenta con todos los rasgos y características caninas de las que carece Tribilín. La contraposición entre el perro estándar de la serie –Pluto- y Goofy, no hace más que poner en relieve la fragilidad de la concepción hegemónica ya citada.

Y si Goofy no es un perro –se preguntarán ahora- ¿qué mierda es? Una última observación puede aclararnos esta cuestión. Como verán en la imagen ubicada bajo este párrafo, Goofy, al igual que sus amigos Mickey y Donald, sentía atracción por el sexo opuesto y, en ocasiones, se lo veía en pareja. Quien lo acompaña en el dibujo es nada menos que Clarabelle, su amante declarada en un puñado de capítulos(2). Clara, por un lado, es indiscutiblemente una vaca: tiene cuernos, orejas y anchos orificios nasales. Por otro lado, como Goofy, anda en dos patas, habla, canta, baila y se viste. Y como Disney era un buen republicano, no creemos factible que haya querido alentar las relaciones interespecie –probablemente se opuso incluso a las interétnicas-.

Lo dicho alcanza y sobra para negar la condición sabuesa de Tribilín. Además, sirve para empezar a pensarlo como a un vacuno macho: completa la pareja-tipo-disney con Clarabelle. El problema es que Goofy no es lo suficiente malo para ser considerado un toro, de hecho los toros graficados en la serie animada respetan los cánones de la zoología. Por esto, en principio, podemos decir sin miedo a ser tachados de dementes, que Goofy es un vaco, un toro metrosexual o una vaca lesbiana-activa. En todo caso, tendremos que esperar a que don Walt despierte de su sueño helado para aclarárnoslo.

Más de dos mil años tuvieron que transcurrir para que la hipótesis –procesada- de Aristarco de Samos fuera adoptada por la sociedad y su sentido común. Esperemos que no pase lo mismo con Goofy y su bovinidad latente.

(1) En este artículo los términos “dominante” y “hegemónico” se utilizan como intercambiables. Lo cierto es que no se trata de sinónimos, ya que lo hegemónico es algo reforzadamente dominante. Pero a los fines de este post, sirve.
(2) Hay quienes dicen que Clarabelle aparece en alguna ocasión emparejada con otro personaje –un toro-, por lo que interpretamos que la relación con Goofy no prosperó.

miércoles, 13 de julio de 2011

All blacks, o 'Cosa de Negros'

Ser negro (de piel, se entiende, ¿no?) no es tan malo si uno se pone a pensar que eso conlleva normalmente una serie de atributos para nada despreciables: sentido del ritmo o una voz maravillosa. También puede significar una capacidad atlética superior a la de cualquier blanco, sumamente ventajosa en carreras de 100 metros llanos o en partidos de básquet. Y no quiero caer en la vulgaridad, pero no puedo dejar de mencionar la leyenda de grandes prestaciones con que suelen venir equipados los negros.

En Argentina, sin embargo, ser “negro” es casi imposible. Esto es –en mi humilde saber– consecuencia de múltiples factores que no conviene desarrollar acá, en primer lugar porque no es el fin de este artículo, y en segundo lugar porque no tengo el suficiente respaldo documental para afirmar la no presencia de negros en el país. Valga decir que, a simple vista, es difícil encontrarlos (tal vez sepan esconderse muy bien). Digamos, simplemente, que encontrar negros en la Argentina actual es casi tan difícil como encontrar chinos en la Grecia Arcaica.

De todos modos, a falta de negros negros (es decir: negros posta), el epíteto ‘negro’ (amén de usos peyorativos en los que tampoco quiero ahondar) se ha convertido en uno de los apodos más utilizados para los hombres y mujeres (a saber, ‘negra’) de tez más oscura que el promedio de los habitantes, o aunque sea más oscura que el resto de integrantes de su grupo de pertenencia. Es probable que estas dos frases expliquen el fenómeno con mayor claridad:

“Yogurtu Mghe, era el joven más apuesto y más hermoso de la tribu. Su piel era tan oscura que en la aldea le decían «el negro».” 1

“Al Negro Aizcorbe lo llamaban el «Negro» porque era negro” 2

No es de extrañar, entonces, que habiendo tantos «negros» (de apodo), algunos de ellos hayan triunfado en la escena cultural argentina. No quiero decir que del total de la población de nuestro extenso país exista un porcentaje de “negros” (de apodo) tal que, oportunamente sobornados, pudieran inclinar la balanza electoral en beneficio de su Mecenas, sino que del total de «negros» (de apodo), que estimo no llegará siquiera al 1% del padrón nacional, existe un pequeño grupo que han alcanzado cierta notoriedad pública. Y de ellos, tan sólo un mínimo conjunto se han destacado por sus virtudes artísticas. Ellos son la inspiración de esta nota, a ellos está dedicada, a ellos (y solamente a ellos) incluiría en un hipotético círculo de Google+ (siempre que tuviera el privilegio de acceder a sus correos electrónicos personales) rotulado, tal vez: “negros capos”.

Por supuesto que estos son apenas los «negros» (de apodo) que yo conozco, y estimo merecedores de estar en el círculo de “negros capos”, y que, vuelvo a decir, están incluídos en él solamente por sus virtudes artísticas. Y sin más preámbulos permítanme presentarlos:

* Desde las mágicas tierras del Barrio de Flores, rodeado por sus consortes, ayudantes, ad láteres y aduladores variopintos, una persona cuyo rostro demuestra las marcas de la experiencia (¡y qué experiencia!), él eeeeeees: el “Negroooooooo” Dooooolinaaaa.

* Desde Rosario viene trotando, acompañado de su fiel canino parlante y gambeteando los embates de la vida, él eeeeeeeeeeeeees: el “Negroooooo” Fon - ta - na - rro - saaaaaa.

* La tribuna se agita, la tribuna alienta, la tribuna corea su nombre y deja caer sobre el campo una lluvia de papelitos. Démosle la bienvenida al  “Negrooooooooooo” Caaaaaaloooooi.

* Abran paso, que es una dama. Abran paso que es una grande. Abran paso, que está un poco gorda. Ya llega, al ritmo de zambas y chacareras... la voz de la zafra. La mama, la pacha, ella es la “Negraaaaaa” Soooooosaaaaaa.

1 Fragmento de “Cartas de Color”, en Les Luthiers hacen muchas gracias de nada. (1979)
2 Primera oración de “El cuento del Negro Aizcorbe”, en Colinas de Octubre (Juan José Manauta, 1993)

Doctor Seisdedos,
blanco teta

martes, 28 de junio de 2011

De la traición y la comodidad del ignorante

El latín nos enseñó que todo río es un arroyo, que los alumnos somos seres aún sin luz, que recurrimos a la educación para iluminarnos y también que toda traducción es una traición. Y es sobre esta última enseñanza en la que me detendré en esta ocasión. Ya habrá momento para hablar de estudiantes ribereños o de aguas turbias.
Por el hecho de que vivimos en un mundo globalizado –mal que nos pese- y por haber sido (y seguir siendo) nuestras naciones colonias formales e informales de grandes imperios pasados y actuales, estamos en constante contacto con idiomas, culturas, símbolos y toda clase de sentidos que poco tienen que ver con lo autóctono de nuestra región. Hoy en día jugamos al “Need for Speed” en nuestra “PC” en el “living”, mientras tomamos una “7up” y escuchamos en “Fox Sports” que descendió “River Plate”. Nuestra cotidianidad está marcada por los avances de una cultura que no es la nuestra, pero que nos ha sido inculcada con un éxito tal que ya la creemos propia.
Es en este contexto en el que las necesidades de traducción de significados asumen una gran relevancia. Porque hasta que el inglés sea aceptado como idioma oficial definitivamente, necesitamos que nos digan qué significan las cosas que aún no hemos absorbido.
Letras de canciones, películas, series y programas de televisión, artículos de moda y productos tecnológicos nos hacen dependientes, día a día, de traductores y de traducciones, que le den un poco de sentido a las cosas que le quitan el sentido a nuestras vidas. Posta, me estoy convirtiendo en Narosky. Más allá del mensaje desesperanzador que estoy dejando traslucir, lo que aquí quiero resaltar es que es en estas traducciones de los productos extranjeros en las que se manifiesta con más claridad la verdadera raíz de la traducción. O en otras palabras, es en cada letra de canción traducida, en cada película doblada, en cada serie subtitulada donde queda de manifiesto que toda traducción es una traición.
Esto es así por el simple hecho de que algo se está adaptando –y toda adaptación necesariamente implica transformación- a otra cosa para lo que no está originalmente ideada. El resultado puede asemejarse más o menos al producto original, pero es imposible que se le iguale: se habrá producido algo total y necesariamente nuevo.
Esto queda en evidencia en cada emisión de tu serie favorita en el que te das cuenta que convirtieron un juego de palabras gracioso en una frase estúpida, en la que no entendés por qué carajo se ríen los reidores. Mucho más de relieve queda cuando la serie te la bajaste de internet y el que la subtituló es un pelotudo que no sabe inglés y no sabés para qué mierda se pone a traducir y la re concha de su madre.
Teniendo en cuenta la modificación que implica la traducción, algunos han optado por seguir otros caminos. Los institutos de cine a menudo se caracterizan por traducir los títulos de las películas extranjeras de una manera peculiar: o toman el sentido del título, o bien toman otra dimensión de la historia presentada en la película, o bien le mandan cualquier boludez medianamente marketinera, pasándose por el culo el título original. Porque es entendible que a “A Clockwork Orange” le hayan puesto “La Naranja Mecánica”, y hasta omitible que a “Meet the Fockers” la hayan re-bautizado “La familia de mi novio”, pero nadie en la puta vida va a entender por qué a “Home Alone” le pusieron “Mi pobre angelito”.
Otros han decidido que el camino a tomar dado el gran nivel de importación cultural registrado, es el del doblaje. El doblaje no sólo es el recurso al servicio de la comodidad del ignorante, sino también la más brutal deformación de sentidos, expresiones y sutilezas. Porque si la adaptación de un título, o los cambios que implica un subtítulo pueden modificar aspectos de la producción original, el doblaje puede llegar a cambiar totalmente una historia. Este procedimiento implica reemplazar sobre un mismo segmento visual, una pista de sonido por otra nueva, lo que hace imprescindible que el doblaje respete una cierta longitud métrica. En este contexto, se deja en un segundo plano el respeto al texto original, a las expresiones clave, a los recursos lingüísticos del guionista.
Amén de las valoraciones que podamos hacer respecto a estos demás, lo verdaderamente importante aquí es observar que la traducción es necesariamente la creación de algo nuevo. Bajo una base previa, sí, pero transformada en algo inédito. Quién leyó "Guerra y Paz", no ha leído jamás "Война и мир", y quién ha visto "Los pájaros", nunca disfrutó de "The Birds".




lunes, 6 de junio de 2011

Consejos útiles para las elecciones

Hace un año que la casilla de correo se ve atestada por los mails de fans reclamando que vuelva esta sección. Hace un año que la gente muere desamparada en las calles, a la vista de los maniquíes que trabajan en las vidrieras de los negocios de moda –esos con cara de perro, o posiciones anti-anatómicas, o de color negro... ¿entienden? ¡negros! ¡NEGROS! ¡Dios, a qué hemos llegado! Una sociedad que permite maniquíes negros está condenada a... Perdón, me fui de tema... volvamos–; decía, la gente muere angustiada, porque hace un año que no sabe qué hacer de sus vidas, y la principal razón no es la falta de una dirigencia política creíble, ni la acuciante crisis económica que destruye países sin piedad. Mucho menos tiene que ver la ola de frío polar que podría provocar nevadas en lugares nunca antes visto. Lo que le pasa al mundo, lo que adolesce el pueblo, lo que reclaman los estudiantes y obreros en marchas a Casa de Gobierno, lo que exigen los jubilados es una nueva tirada de...

Consejos útiles para personas inútiles

Hoy: Consejos útiles para las elecciones

Volvimos, señores y señoras. Ya no se escuchará más a las viejas declarar en las colas de los bancos, o supermercados: "Esto en mi tiempo no pasaba". A no desesperar, porque llegamos para aconsejarlos ante esta próxima época de disputas territoriales, malones entrando a lanzazos y flechas en las ciudades, soldados repeliendo el ataque a sablazos y disparos... no, no hablo de la época de la conquista, sino de la época electoral que está ya encima nuestro y a punto de devorarnos.
Por las calles afloran las caras de personas que ni sabíamos que existían, todas sonriendo macabramente desde las obras en construcción, o flotando sobre nuestras cabezas en los semáforos. Los cantos de las tribunas se transforman en coros propagandísticos. Los compañeros vuelven a disputarse las manos del General, y el rodete de Evita; the others se disputan el bigote de su líder, aunque esta vez la tienen difícil porque uno porta el bigote y apellido (combinación ganadora). Algunos le ponen fichas al colorado. Otros se creen que con hacer reír al pueblo basta. Total, lo van a estafar igual que todos, y así que mejor que mientras te estafan, te hagan reír, ¿no? No.
Algunos piensan que con su nueva máscara nadie se acordará de sus cagadas. Lamentablemente no se da cuenta que la máscara es cirugía plástica... porque te hiciste moco con el auto, ¿te acordás? ¿No? No, y no somos Niki Lauda, tampoco, que puede rajar a 300 km. por hora.
El otro se esconde en la pollera de la mamá... hasta hay quienes dicen que bajo esa pollera pasa más de lo que se cuenta.
En fin, que la temporada de patos se viene cargadita, y de gansos, ni les cuento.

{Interrumpimos esta redacción para dar paso a la apertura de un sobre. El sobre contiene diez mil guita, y un mensaje que dice que son mías a cambio de que me calle y empiece a enumerar los consejos. Luego de pensarlo un segundo, acepto, saco las guitas y las guardo en un bolsillo. Cierro el sobre –con el mensaje adentro–, lo meto en un balde y lo quemo –al mejor estilo Doc Brown cuando quema el almanaque deportivo. Fin del espacio publicitario}

Para no hacer más largo y tedioso, algo que ya es lo suficientemente largo y tedioso, sepan recibir –con los brazos abiertos, y la boca cerrada– estos consejos para las elecciones:
* Vote a consciencia. A consciencia quiere decir: no vote a tal porque le gusta el bigote, o porque tiene cara de buen tipo (nadie tiene cara de buen tipo), o porque "Filmus es lindo", o porque la abuela ayer compró "pescado para todos", o el viejo se pasa los domingos viendo fútbol gratuito, o la nena tiene una "netbook", pero no sabe ni por qué la tiene. 

* No sea sonso. No vaya a votar a las 7 de la mañana. Seguro que lo agarran para autoridad de mesa, y después no le pagan nunca los 100 pe, o 130 pe que prometieron. Además, se tiene que comer todo el día en una mesa entre dos tipos que se quieren sacar los ojos, sin comida, sin tiempo para ir al baño tranquilo. Consciencia civil, las pelotas. Las autoridades de mesa, al terminar la elección deberían ser condecoradas con la "Orden al mérito" y proclamadas mártires nacionales... cuantimenos.

* Si va a ver los resultados provisorios en los medios, sepa que: TN miente, Página/12 miente, Canal 7 miente, Perfil miente, Telefé miente... Crónica, firme junto al pueblo.

* No existen más las mesas femeninas y masculinas, ahora son todas unisex (por el tema de la revolución sexual, ¿vió?). Esto tiene ventajas y desventajas. Ventaja: Tiene un ámbito más de chamuyo, antes inexistente. Desventaja: puede que le toque votar junto a su  madre, lo que anula la ventaja anterior. Ventaja: Si usted es travesti, se ahorrará los chistes de autoridades de mesa y fiscales homófobos. Desventaja: Sea o no sea travesti, puede que lo manden a votar a la escuela Zibiaur, que queda allá por la otra punta del mundo, porque se les mezclaron las secciones.

* Sepa que puede irse a más de 500 km. para no tener que votar. Sepa también que necesita un certificado, así que elija bien hacia dónde rumbea 500 km. porque puede terminar en el medio del campo, sin policías que le avalen la falta de compromismo cívico.

* Hacer chistes sobre la manquedad de Scioli está pasado de moda. Ahora la cosa es el "bigote de Macri".

* No estoy seguro si hay sobres, pero si no los hay, olvídese de llevar fiambre para impugnar el voto. No sea salame. Si los hay, ídem.

Doctor Seisdedos,
asesor de campaña

martes, 24 de mayo de 2011

Sólo son centavos

El "cambio" o (más correctamente) "vuelto", es aquel saldo monetario restante que recibe el comprador de algún bien o servicio cuando el importe a pagar es menor al monto que él desembolsó. Es el dinero restante luego del saldado de cuentas. Son las monedas que te devuelve el kiosquero cuando vas a comprar puchos. Etcétera.

En esta parte de la exposición, el lector se estará preguntando cosas como: ¿En serio va a publicar un post sobre los vueltos?,¿No le parece un tema insignificante?,¿Se está quedando sin ideas?,¿Nos toma por pelotudos?,¿Está bajo los efectos de múltiples estupefacientes?. Y las respuestas, lamentablemente, son todas por la afirmativa.

No obstante, aunque parezca ésta una temática marginal, la realidad muestra que no lo es: constantemente grandes y poderosas empresas amplían sus franjas de ganancia a partir del apoderamiento del denominado “cambio”. Téngase en cuenta, por ejemplo, la enorme reducción de impuestos que efectúa Wal Mart cuando “dona” los vueltos aportados por los clientes a algún hospital de niños.
Hablo de “cambio” como un nombre erróneo porque no representa en sí ninguna transacción de equivalentes: el “cambio” no es parte del “inter-cambio”, sino tan sólo el restante que queda luego de que éste se lleve a cabo.

De cualquier manera, dejando de lado las cuestiones economicistas, mi propuesta es profundizar en tres aspectos de la problemática cotidiana del vuelto, a las cuales nos enfrentamos comúnmente en nuestra existencia diaria.

En primer lugar, el mismo hecho de tener monedas (dinero de baja denominación) representa una dificultad en sí misma. Los transportes públicos, los parquímetros, los teléfonos públicos... muchas de las acciones básicas del habitante de un centro urbano dependen de la circulación efectiva de monedas de ardua consecución. Los comerciantes, acostumbrados a esta problemática, tienden a profundizarla cuando retienen de manera caprichosa toda pequeña moneda que se encuentran y se niegan de manera sistemática a ceder como vuelto los céntimos que para ese fin habían sido conservados. El resultado es que no hay “cambio” en ningún lado. Diálogos como este se suceden en cada kiosco:

-¿Disculpe, tiene cambio de dos pesos en moneda para usarlos en el colectivo?
-¿No ve el cartel?. No hay cambio.
-Bueno, entonces déme un caramelo por diez centavos.
-Sólo si paga justo.
-Muy amable, se puede ir a cagar.

Otro problema muy frecuente ligado a la problemática del vuelto es la existencia de personas de carácter débil en lo que se refiere a la negociación por la obtención del mismo. Es decir, el aprieto que representa para algunas personas el “ir a pedir” cambio, aunque sea de manera encubierta (es decir, comprando alguna boludez barata). Veamos un ejemplo:

El Sr. Gómez debe abonar $1,50 en monedas para poder comprar el ticket de estacionamiento de su auto. Sin embargo, sólo posee una moneda de $0,50, por lo que decide comprar alguna golosina con un billete de $2 para recibir a cambio monedas suficientes para insertar en el parquímetro.
Gómez se dirige al almacén y pide un chocolatín que tiene un precio de $0,50. Pero, al ver aproximarse el billete de $2 del cliente, el almacenero (captando la intención de Gómez) exclama “No tengo cambio, pague justo”. Gómez, con el chocolatín en la mano, no se atreve a devolverlo y termina por gastar en él la única moneda que le quedaba. Ahora está más lejos aún de los ansiados $1,50.

Una última pero crucial temática en relación a los vueltos, es la presencia de trampas matemáticas que usan los comerciantes persiguiendo dos objetivos: la ampliación de la ganancia y la retención de las monedas. Muchas personas, entre las que se cuenta quien les escribe, somos víctimas de trucos aritméticos de rápida resolución que nos despojan de unos cuantos centavos o pesos.
El modus operandi de los mercaderes es el siguiente: dado un precio compuesto por números enteros y decimales y ante la negativa del cliente a su solicitud del número decimal del precio, los comerciantes piden un número decimal menor, confundiendo al comprador y posibilitando el engaño y la devolución de un vuelto menor. Analicemos un caso práctico:

-Todo junto serían… $33,80
-Muy bien, tome $50
-Tendrá 80 centavos?
-Mmm, no. No llego.
-Tal vez 30 centavos?
-Sí, 30 sí. Aquí tiene.
Lo cagaron: allí usted ya no sabe cuánto debe recibir en concepto de vuelto. Tal vez le devuelvan $16,50, tal vez $15,20 o quizás $2,30, el hecho es que estará usted tan confundido que no sabrá con certeza si el monto devuelto es el correcto.

Estas son sólo algunas de las problemáticas relativas al llamado “vuelto” o “cambio”. Es clara la relación que se establece entre ellas y los comerciantes, piedra de toque de una temática que se cobra millones de muertos por stress cada año y que hace de éste un mundo cada vez peor.

viernes, 13 de mayo de 2011

Nabokov se calza los guantes

Allá por el 2008, mi querido amigo Higleppi publicaba esto: una interesante recopilación de insultos de alto vuelo entre personajes variopintos del quehacer literario y político mundial. Casualmente, mientras deambulaba por una de las librerías de mi ciudad, recordé aquel viejo post del Rinconcito. El motivo: buscando –y buceando– entre los ejemplares de una mesa de ofertas (todo por $6) en la que abundaban los horóscopos –en todas sus variantes: zodiacales, chinos, mayas, nórdicos, peronistas– di con un libro que despertó mi curiosidad desde su mismo título: Escritores contra escritores, se leía en la portada. Como soy adicto al puterío literario, el nombre me llevó a agarrarlo y darle un vistazo. Lo di vuelta para ver la contratapa y allí figuraban estas declaraciones:
  • «Cada vez que leo Orgullo y Prejuicio me entran ganas de desenterrarla y golpearle en el cráneo con su propia tibia»
  • «Me parece una mala escritora simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea escritora, es una "escribidora"»
La primera estaba firmaba por Mark Twain (a quien leí bastante y no sé por qué imaginaba como a un viejito amable) y cuyos dardos apuntaban, claro, hacia Jane Austen (a quien no leí y ahora me entraron unas ganas terribles... ya se me pasarán). La segunda es opinión de Roberto Bolaño, palabras que ya había leido en alguna entrevista o artículo sobre él. Habiendo leido a los dos, no se puede más que estar de acuerdo con el hombre. Con esos dos ejemplos ya bastaba para que el libro me sedujese, pero todavía había que mirar el interior y confirmar que había sido un buen hallazgo. La verdad, es que si puterío buscaba, puterío tenía. Había de todo y para todos los gustos: Arlt hablando pestes de Borges, Borges menospreciando a Neruda, Neruda diciendo de Huidobro que es "un comunista de culo dorado". Wilde burlándose de Bernard Shaw, Carlyle asegurando que Goethe "es el genio más grande que ha existido en un siglo, y el imbécil más grande que ha existido en tres". Resumiendo, no dudé en traerme el libro a casa. ¡Vamos! ¿Qué se puede comprar hoy con $6 pesos? No sé... 1/4 de bizcochos, el Clarín de los domingos, 3 CD's de Mambrú (en oferta a $2 c/u en Musimundo), una hamburguesa básica de McPato... salvando los bizcochos, con los demás seguro que termino indigestado. No pude evitar la tentación de seguir leyendo mientras volvía y me puse a hacerlo mientras caminaba, para peligro de mi vida (casi me atropella un auto) y también para peligro de una vieja a la que estuve a punto de meterle un codazo en la mandíbula.

Llegado a casa, y huyendo a mis obligaciones, obligaciones a las que vengo rehuyendo desde hace tiempo (mentira mamá, es joda, pero quedaba lindo decirlo) me puse a ojear el libro (¿o se dice hojear?... nunca supe si se refiere a pasar "hojas" o a pasar "ojos", en fin...) y ¡oh! sopresa, Mr. Nabokov se llevó el premio al autor que más figuraba. El buen hombre resultó ser un señor un tanto intolerante. Aunque, diría yo, tal vez no fuera intolerante, sino el único "realmente honesto". Mucha tinta emponzoñada traía el libro, gastada en gran parte para citar las palabras del escritor rusoamericano. Vayan algunos fragmentos a modo de muestra:
 
Sobre Samuel Beckett:
«Todo es tan gris e incómodo [en sus libros], que al final parece que sufra constantes malestares de vejiga, como le pasa a veces a la gente mayor cuando duerme». [Rating: Tibio]
Sobre Saul Bellow:
«Una miserable mediocridad». [Rating: Contundente]
Sobre Arthur Conan Doyle:
«Yo no soy Conan Doyle, quien –por esnobismo o pura estupidez– prefería ser conocido como autor de una historia de África, que consideraba muy superior a su Sherlock Holmes» [Rating: Doyle]
 Sobre Sigmund Freud:
«Aprecio mucho a Freud como autor cómico».
«Dejemos que los crédulos y los vulgares continúen creyendo que todas sus aflicciones pueden curarse mediante una aplicación diaria de mitos griegos en sus partes íntimas». 
«¿Por qué habría de admitir a un perfecto extraño en la cabecera de mi mente? He comentado esto antes, pero no detesto a un solo doctor, sino a cuatro: el doctor Freud, Doctor Zhivago, el doctor Schweitzer, y el doctor Castro.»
[Rating: Violado de niño]
Sobre Ernest Hemingway:
«Leí a [Hemingway] por primera vez a mediados de los cuarenta, something about bulls, balls & bells*, y me repugnó». [Rating: balls hinchadas]
*Algo acerca de toros, pelotas y campanas.
Sobre James Joyce:
«[Finnegans wake es] un fracaso trágico y un aburrimiento espeluznante».
[Rating: ¡Don't snob with me!]
La lista de autores agraviados por el señor Nabokov continúa... Es más, creo que tal vez debería comprar el libro Escritores a favor de escritores, así me entero de lo que sí le gustaba (si es que hay algo que le gustase). Para terminar, les dejo el comentario que hace sobre él un viejo maldito:

«No he leído el volúmen de Nabokov (Lolita) y no pienso leerlo, ya que la longitud del género novelesco no coincide ni con la oscuridad de mis ojos ni con la brevedad de la vida humana». Jorge Luis Borges [Rating: viejito y ciego]

Doctor Seisdedos,
[Rating: vago]

martes, 26 de abril de 2011

El tiempo pasa

Durante los años 2001 y 2002, la República Argentina vivió dos de los años más críticos de su historia moderna. El default económico, la devaluación de la moneda, el corralito, la crisis social, el “que se vayan todos”, los saqueos, la represión, De la Rúa, Cavallo, Rodríguez Saá y Duhalde son apenas algunos de los recuerdos que persisten en la memoria colectiva, habiendo pasado casi una década del estallido popular.

Con un timing muy desafortunado, a principios de 2001 comenzó a televisarse una serie humorística que estaría al aire durante estas dos temporadas y que luego sería repetida hasta el cansancio en innumerables siestas por la cadena Telefé.

Estoy hablando, obviamente, de Poné a Francella. El programa en sí nunca me importó mucho y su modalidad de sketchs lo tornaba bastante repetitivo.

No obstante lo intrascendente de la tira, quiero resaltar a uno de sus personajes (o mejor, a uno de estos números): Enrique, el antiguo. Su protagonista, Enrique, no era otro que Francella con una peluca larga y lacia (al mejor look Leopoldo Jacinto Luque), que aparecía en tonalidades de grises en un mundo plagado de colores. El argumento giraba en torno a este personaje que, viviendo en el mundo actual (o sea, en el 2001), creía estar transitando aún los 70. Si era esquizofrénico, estaba endrogado o había estado congelado durante treinta años en una cámara, no lo sé.

Lo cierto es que Enrique hacía constante referencia a lugares que ya no existían, entonaba canciones de Palito Ortega y usaba términos pasados de moda (su latiguillo era “me está cachando”), logrando así el desconcierto de sus amigos y su novia (que no sé cómo se lo bancaban, dado que era terriblemente denso). Por otro lado, y a pesar de provenir de una época tan tormentosa como la de los 70’, Enrique poseía siempre un excelente estado de ánimo y no hacía referencia alguna a las dictaduras militares ni a la violencia armada de esa década.

(Aunque no parezca) No es mi intención desarrollar un trabajo monográfico sobre “Enrique el Antiguo”, sino hacer notar la velocidad con la que pasan los años y se suceden los cambios. Para esto, se me ocurrió esbozar las características de un personaje imaginario que, como este, esté atrapado en otra época viviendo en pleno año 2011. Pero en este caso, el personaje no creería vivir en los setenta, sino en la caótica coyuntura de los años 2001-2002.

Nuestro héroe se llama Fernando, el aburrido y tiene las siguientes características:

-Está siempre histérico porque no tiene trabajo y porque todavía le deben cinco meses de sueldo de su empleo anterior. Además, tenía unos pesos depositados y se los agarró el Corralito y los tiene que ir sacando de a migajas.

-Está copado con Bandana y se niega a escuchar Cd’s, porque los cassetes van a durar para siempre.

-No puede dejar de ver Gran Hermano 1, ese interesantísimo y misterioso programa del novedoso género “Reality Show”.

-Se ilusiona con la selección argentina de Bielsa y está seguro de que ganará el mundial con Verón como figura. El pibe Aimar, sin duda, es el sucesor de Maradona.

-Su ídolo es el Pipo Gorosito.

-Piensa que Bianchi y Macri son amigos inseparables.

-Cree que Bin Laden es la persona más malvada del mundo.

-Siempre está invitando a todos al cine a ver ese estreno que se las trae, Titanic.

-Cuando lo cargan, dice que lo están gastando.

-Cuando pasa una mujer fea, dice que es un bagayo.

-Cuando es afortunado, tiene tarro.


sábado, 16 de abril de 2011

La infamia de llamarse Grondona

Grondona n. m. : del latín Grondonus-a-um (gron "infamia", donus "don")
Infame, al que ha sido otorgado el don de la infamia.


Los griegos antiguos –muy pocas personas lo reconocen– fueron los verdaderos inventores de la división internacional del trabajo. Categoría que, mucho tiempo después, se le adjudicara a un señorito inglés (perdón, escocés) llamado Adam Smith que al parecer habría venido al mundo para reinventar la pólvora (que –como todos saben– fue inventada por los chinos, como [casi] todo).

Los pueblos de la hélade, tan avanzados ellos, con su filosfía, su teatro, su habilidad para la retórica y el retruécano, grandes productores de aceitunas y famosos por haber inventado los Juegos Olímpicos y también la pederastia, tenían un ordenado mundo religioso. La ventaja que tiene el politeísmo, frente a las religiones que proponen la existencia de un solo Dios, es que cada una de las deidades pueda dedicar todos sus esfuerzos a cumplir su tarea. La solución del monoteísmo es predicar la omnipotencia y omnipresencia de Dios, pero de esa manera se hace menos creíble la existencia del mal y las calamidades (como si Dios desde arriba dijera "algo habrán hecho"). Porque, ¿qué tan difícil le resultaría a un ser omnipotente y omnipresente intervenir para evitar "lo malo"?

En Grecia, la cuestión es más sencilla: no le rendís los honores requeridos a los Dioses. Hay tabla.

En fin, el politeísmo griego es casi casi como el mundo académico actual: con tener una licenciatura en gobierno de vientos no basta. Hay que tener un pos-doctorado en viento norte, o no existís.

Veamos, por ejemplo, a las encargadas de distribuir los destinos –el hado–: las moiras, tres hermanas solteronas dedicadas, la primera (Cloto) a hilar la hebra de la vida, la segunda (Láquesis) a medir el largo de la hebra, y la tercera (Átropos) a cortar el hilo.

Por lo tanto, nadie escapa a su destino, en tanto ya ha sido determinado por los dioses. En las discusiones que mantienen los estudiosos de la mitología aún no se ha llegado a un consenso respecto a quién escribe (por así decirlo) los destinos. Mientras algunos sostienen que esta tarea es propiedad exclusiva de las moiras, otros sugieren que es Zeus quién les indica a éstas como deben actuar en cada caso. Incluso, dicen, que si alguien le cae en gracia al Crónida, éste es capaz de ordenar a las hilanderas que retarden el fin de la vida de esa persona. Los que están en contra de esta teoría argumentan que la sacerdotisa Pitia confesó en un oráculo que Zeus también está sometido a lo que dicten las señoras, y que por mucho poder que tenga, con ellas no se puede hacer el loco.
Fruto de mi intermitente politeísmo, alguna vez llegué a elaborar la siguiente hipótesis: llamarse Grondona es estar condenado a la infamia. Pareciera ser que las moiras, al tratarse de los Grondonas, se dedican a hilar un destino caracterizado por el descrédito, por la deshonra, como así también por una marcada inclinación a la maldad o a la vileza, en cualquiera de sus formas.

Eso sí, debemos sospechar que don Julio tiene alguna amistad con Zeus, porque hace rato que le deberían haber cortado el hilo.


Doctor Seisdedos,
Mitógrafo, mitómano

miércoles, 9 de marzo de 2011

No volamos porque no queremos

Nadie conoce la historia completa. Bueno, sólo él, y no puede contárnosla. Pero todos acordamos en que los hechos fueron más o menos los siguientes.

El pequeño Ernesto se movía mucho mientras dormía. Más de una vez se cayó de la cama en mitad de la noche y todos los amiguitos que se habían quedado a dormir en lo de la familia García se habían quejado de las patadas que Ernestito les propinaba al compartir con ellos la cama.
Una tarde, mientras veíamos un documental sobre aves rapaces en la televisión, Ernestito me preguntó si conocía a alguien que supiera volar. Yo, creyendo que el niño había expresado su duda erróneamente, le re-pregunté:
-¿A qué te referís con “saber volar”?
Me miró con los ojos bien abiertos y, como si fuera obvio, aclaró:
-Alguna persona que sepa volar, como las águilas.
Aquí me detuve un segundo antes de responderle. Lo cierto es que nunca me gustó el papel del adulto explicando las reglas del mundo al niño inocente. Siempre detesté a los mayores que habían criticado el dibujo de la boa y el elefante de Saint- Exupéry.
-Bueno, yo no conozco a nadie que haya volado- empecé- pero hay muchas personas que yo no conozco, así que tal vez alguien “sepa” volar.
Ernesto se quedó callado, pensativo. Me vi en la obligación de racionalizar un poco su mundo fantástico.
-Claro que las personas podemos volar en aparatos diseñadas por nosotros, como los aviones, o los helicópteros...-iba diciendo, cuando me interrumpió.
-¡Eso no es volar!-exclamó, casi ofendido- ¡Eso es estar sentado en el aire, mientras una máquina te lleva! Debe haber una forma de volar sin nada más que el cuerpo...
Se lo veía preocupado. A mí me daba risa: Ernesto siempre fue un niño con mucha imaginación, y siempre era divertido charlar con él cuando visitaba a sus padres en su casa cerca del centro de la ciudad.
Por esas épocas yo apenas conseguía tiempo para obtener el dinero necesario para sobrevivir y reinvertir mi tiempo en seguir trabajando. El día que me despidieron, no obstante, no tuve mejor idea que pasar una vez más por lo de Ernestito, que se mostró feliz de verme nuevamente.
-¡Ya encontré la solución!- me dijo, sobresaltado.
Yo, con la mente aún en mi cesantía, no supe de qué me hablaba. El se dio cuenta.
-¡Volar! Las personas podemos volar. Yo puedo...yo pude.
Me dedicó una sonrisa enorme. Hubiera preferido la muerte a tener que borrársela.
-¿Qué querés decir con que pudiste volar?- me animé a preguntarle.
-Anoche, mientras dormía. Estaba en un pasillo muy largo, como el del consultorio del dentista, y yo volaba de una punta a la otra, haciendo así con las manos.- me explicó, mientras subía y bajaba los brazos rápidamente.
Yo, que tenía un humor de perros, fui poco amable con la réplica.
-Estabas soñando, Ernesto- le dije, altaneramente.
-¿Y qué tiene que ver eso? Yo volaba y la gente me miraba sin poder creerlo. ¿Qué importa si era un sueño?
El niño estaba claramente decepcionado, no esperaba semejante reacción de mi parte. Pero yo no tenía ganas de seguirle la corriente. Me limité a responderle secamente.
-Importa, porque en los sueños pasan cosas que en la realidad son imposibles. Las personas no podemos volar, porque no tenemos alas.
Herido, pero con el orgullo intacto, me dijo seriamente:
-No volamos porque no queremos.

Los días siguieron transcurriendo, como era de esperarse. Encontré, poco tiempo después, un nuevo trabajo en las afueras de la ciudad. Desde la ventana de mi flamante oficina podía ver los aviones que bajaban hacia el cercano aeroparque. Una mañana, mientras observaba a una aeronave deslizarse entre las nubes, me acordé de Ernestito. Decidí visitarlo unos días después.
Cuando lo vi, supe que me había disculpado, sin decírmelo, por mi comportamiento en nuestro anterior encuentro. Hablamos un buen rato de la escuela y de deportes, cuando decidí sacar el tema.
-¿Cómo vas con eso de volar?- curioseé.
-Vuelo casi todas las noches, cuando duermo. Un día de éstos voy a probar despierto. Mis amigos no me creen, ya les voy a mostrar.
-Bueno, cuando seas experto me tenés que enseñar- le advertí.
-Está bien, pero tenés que querer- me dijo, como buscando fe en un desesperanzado.
Antes de despedirme de los García esa tarde, Ernesto me invitó a su fiesta de cumpleaños que celebraría la semana siguiente.

El día del evento salí tarde del trabajo, por lo que retrasé en un par de horas mi llegada a la casa de los García. Jamás me imaginé el caótico escenario que encontraría allí: autos de la policía en la puerta, gritos, llantos, niños asustados. Ernesto no estaba, había desaparecido media hora atrás. Nadie lo había visto salir. Entre búsquedas por la zona y preguntas a los padres de los niños invitados, se pasó la noche.
Alrededor de las cinco de la madrugada todo se resolvió para mí. Celia, la mamá de Ernesto, me contó entre sollozos que minutos antes de que su hijo se evaporase había discutido con unos amiguitos en el patio. Tras el altercado, había corrido a encerrarse a su dormitorio. Cuando le pregunté sobre la temática de la discusión, ella me respondió:
-No escuché bien la conversación, pero Ernesto les gritaba que “sí se podía” hacer algo.
Segundos luego yo estaba corriendo, como el niño lo había hecho horas antes, hacia la habitación del desaparecido Ernestito. La ventana, como lo sospechaba, estaba abierta. Pero los policías habían confirmado que nadie había caído desde esta, ubicada en la quinta planta del edificio.

De la misma manera que yo no le había creído a él, nadie hizo caso de mi hipótesis. El hecho de que un niño haya intentado volar desde su ventana sólo se hubiera comprobado de haber encontrado el cadáver estrellado contra el asfalto. Nadie supo explicar cómo un niño de once años pudo esfumarse sin dejar rastro alguno.

Hace algunos meses visité el norte de México. Mientras acampaba cerca del pacífico, escuché como un turista le contaba a otro sobre las aves que llegaban cada año desde el Ártico en búsqueda de calor. Este hombre decía haber visto, además, un ejemplar con una forma muy rara, volando como un intruso con el resto de la bandada.


viernes, 8 de octubre de 2010

El baño como centro de cultura

Pocas veces este humilde matasanos se dedica a la escatología. No por pacato, tampoco por repulsión, mucho menos por tilinguería. Ocurre que no encuentra fácilmente la forma de presentarla con elegancia. Dirán algunos que, justamente, querer presentar la escatología con elegancia es de pacato, repulsivo y tilingo. Bueno, no nos detengamos en nimiedades discursivas. Digamos que soy pacato, digamos que soy repulsivo, digamos que soy tilingo... (digamos, así como supositorio)

Como lo indica el título, vamos (ven, esta es una estrategia para buscar elegancia) a reducir esta nota a un pequeño espacio... basta de usar cronotopo a la ligera... digamos espacio. El baño es normalmente el espacio más reducido de una casa, el más apretado, el más íntimo. No por nada, allí entramos solos... aunque no es una regla tan inflexible y existen numerosas razones por las cuales se comparten los baños... no importa, eso no nos interesa (por ahora). Volvamos, vuelvo a la idea de la intimidad. En el baño pasamos nuestro tiempo a solas, con nuestros pensamientos, nuestras fantasías, nuestros deseos secretos (no que en otros lugares no lo hagamos, pero el baño se presta a eso). Casi no me animo a decir que el baño es un lugar primordialmente filosófico. Imagino que Descartes, Kant, Derrida y José Pablo Feinmann habrán pensado bastante en sus respectivos toilets.

Pero no sólo a la posibilidad del pensamiento invita la soledad del cuartito. Hay quienes allí leen (y me cuento entre ellos). Algunos se llevan el diario del domingo... o del sábado, o del día que lo compren... nunca me resultó simple pasar las grandes páginas de los periódicos sentado en el inodoro, pero algunos tienen mayor capacidad y lo hacen sin problemas; otros, argumentando la liviandad de la lectura, se llevan revistas (las selecciones del Reader's Digest, la Viva, 7 días, Gente, etc.); los menos se dedican a la literatura... los más optan por cuentos cortos, pero hay quienes se le animan a novelas. Conozco incluso personas que no contentas con sólo pensar, portan libros complejos como Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno, o las obras completas de Sigmund Freud. Estas últimas suelen ser sujeto de protesta de sus respectivas familias, apuradas por cepillarse los dientes o lavarse la cara.

¿Quién no ha cantado en la ducha? Que arroje la primera piedra quien esté libre de pecado... Todos cantamos en la ducha... y lo peor es que allí se produce un engañoso efecto que mejora nuestra voz increiblemente. Son varios los factores: el eco que se produce por lo reducido del espacio, la humedad (especialmente en invierno, cuando más vapor se produce por el agua caliente), el mismo ruido del agua cayendo que atempera nuestros gritos. En fin, en la ducha todos nos creemos Sinatra... sólo para descubrir la triste verdad de nuestra horrible voz de batracio al salir cantando del baño y encontrarnos con un zapato volando en nuestra dirección.

Llegado a este punto podrán decir que estoy exagerando... es posible, suelo exagerar, me gustan las hipérboles, y así es que transformo toda pequeña ocurrencia en una gran teoría que no se sostiene ni en lo más mínimo y ante la primera refutación cae como torre golpeada por avión (¿es válida esta comparación, o debo esperar algunos años más para usarla?).
Al final, no salió tan escatológica la nota... creo que salió demasiado tilinga, pacata. Tratemos de revertirlo incluyendo palabras soeces:

culo
pito
caca
revolución productiva

Doctor Seisdedos (lector in bagno)

martes, 14 de septiembre de 2010

Me contó un pajarito...

Pocas veces en lo cotidiano de nuestros días somos concientes de las frases hechas que reproducimos. Ignoramos no sólo su origen, sino también su verdadero significado. Sin embargo, el análisis de los hechos y las circunstancias que dieron vida a lo que creíamos naturalmente nuestro puede hacernos personas más sabias y, de alguna manera, seres mejores.

El Rincón del Gordo Morcilla se enorgullece en presentarles, una vez más, la historia detrás de los refranes o dichos populares. En esta ocasión estudiaremos a la afamada expresión “me (lo) contó un pajarito”, que en el imaginario social es utilizada para hacerse el boludo y dar a entender que determinada información nos fue transmitida por algún sujeto que prefiere mantenerse en el anonimato.

Corría abril de 1950 cuando en la ciudad de Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires, Doña Raquel Monasterio de Monteagudo daba a luz al último de sus cinco hijos varones: Victorino Monteagudo. El niño se destacó desde sus primeros meses por su notable inteligencia y su rapidez a la hora de resolver cualquier tipo de planteos cotidianos. Desarrolló tempranamente el habla y a partir de entonces hizo uso (en ocasiones exagerado) de esa habilidad.

Tuvo una infancia alegre en el pequeño poblado ubicado al sur del territorio bonaerense, adonde poco a poco iba haciéndose conocido por su extroversión y sus destrezas en el campo de la sociabilidad. Cuando el joven Victorino transitaba la adolescencia ya toda la ciudad sabía de él y su reputación era pública. Y fue justamente eso, su reputación, lo que lo haría dar el salto definitivo hacia la memoria colectiva de todos.

Victorino Monteagudo era conocido por ser la persona más chusma de la región. Y no sólo eso: sino, sobre todo, por la calidad, la confiabilidad y el detalle que cada uno de sus cotilleos presentaba. Cada rumor de infidelidad, cada escándalo público y cada acontecimiento de la vida privada de todo habitante de Trenque Lauquen (e incluso de los poblados cercanos), Victorino lo sabía antes. Y lo sabía mejor. Incluso aquellos borrachos que, habiéndose olvidado lo qué habían hecho la noche anterior, iban a preguntarle a él, que con toda precisión podría informarle de sus acciones.

En el pueblo lo apodaron “el pájaro”, dada su pequeña contextura física y la rapidez con la que se iba ‘volando’ a contar el chisme del momento por todo el pueblo.

Poco a poco Victorino se daba cuenta de que su lugar en el mundo era éste: el de alcahuete, bocón, cuentero, botón, vigilante. Y no le importaban las burlas y los agravios, ni en su lejana niñez le habían causado molestia alguna, allá cuando era golpeado por sus hermanos luego de contarle a papá y mamá que Franco estaba fumando, que Raúl andaba de novio o que Mario se había rateado de la escuela.

Así fue que Victorino, en 1973, dos años después de mudarse a la Capital Federal, fundaba su primer revista de chimentos, “Lo que pasa”, Biblia del rumor farandulero. Rápidamente las ventas se propagaron y sus productos se multiplicaron y diversificaron: más revistas, transmisiones radiales y, eventualmente, programas de televisión. Su figura era ampliamente reconocida en el ámbito del espectáculo: los famosos lo interpelaban para conocer la última noticia al tiempo que se cuidaban de no soltarle nada, sabiendo que una vez que el Pájaro Monteagudo se enterase de sus secretos, sería imposible detener el avance del rumor.
Durante casi dos décadas, Victorino Monteagudo fue admirado por muchos, detestado por otros tantos y respetado por todos. En los altos círculos del espectáculo porteño quienes se enteraban de algún rumor y no querían responsabilizarse por el, decían que “se los había contado el pájaro”. Poco a poco la expresión fue extendiéndose y terminó por usarse el “me lo contó un pajarito” cuando determinada información provenía de una fuente externa cualquiera.

Pero es sabido que la luz de los reflectores y los aplausos no garantizan la felicidad. Victorino, llegando a sus cuarenta años, se sentía sólo entre las personalidades de la alta sociedad capitalina. Extrañaba el aire de pueblo, la relación entre vecinos, los chusmeríos familiares. Tal vez fue motivado por estas emociones cuando aquel memorable 5 de agosto de 1989 Victorino Monteagudo vendió todas las acciones de su imperio mediático y volvió a Trenque Lauquen, su amada ciudad natal.

Hoy, a los 60 de edad, casado y padre de dos hijos (ambos relacionistas públicos), es prócer ineludible de los reporteros, paparazzis y demás chusmas que colman las tardes de los programas de televisión abierta y las tapas de las revistas con mayor tirada. El legado de Victorino “el Pájaro” Monteagudo está presente todo el tiempo: cuando nos enteramos del nuevo romance de Ricardo Fort, cuando nos impacientamos por saber cuánto tiempo de cárcel le darán esta vez al Pity Álvarez y cuando un amigo nos dice “no sé, a mi me lo contó un pajarito”.



Victorino "el pájaro" Monteagudo

1950-

domingo, 18 de julio de 2010

Juguemos al Monopoly

¡Juguemos al Monopoly! dijo N... agitando los brazos y dando pequeños saltitos de liebre alrededor de la habitación.
¡Pero yo soy Clarín, eh...! -contestó E... –que no conocía el juego porque era muy chica.
¡Así no se juega! –interrumpió uno de los hijos de M... y V...–. Los demás chicos rieron a carcajadas.  Entonces N..., –que no era el mayor, pero aun así era el líder– tomó la palabra y puso orden.
— Como E... es chiquita –dijo– y no sabe jugar, por hoy es mantequita y juegan juntos con R...
R... protestó, diciendo que a él no le gustaba jugar con su hermana menor, porque al tener que explicarle a ella se desconcetraba y perdía siempre. Además era más probable que ella aprendiera más mirando como jugaban los demás que viendo lo que hacía una sola persona.
Aunque el argumento de R... tenía lógica, a N... le pareció mejor que los hermanos jugaran juntos, y todos sabían que lo que decía él debía hacerse sin discutir. Sin embargo, R... no quería aceptar de buen grado y logró sellar un pacto con el líder. Dijo que jugaría con su hermana sólo si N... aceptaba que en el caso de ganar, él se transformaría en el nuevo regente del grupo.
N... no tuvo más remedio que aceptar, para demostrar su grandeza y a sabiendas de que la hermana era un factor de desventaja muy grande para R...
Los siete sabandijas se sentaron alrededor del tablero: R... y E... juntos en una esquina y H... –el primo de ellos– a un costado; en la otra punta se ubicó T... (el lugar antes le correspondía a J..., pero hacía unos años que se había mudado y ya no se veía casi nunca con los demás). También estaba allí B..., el hijo de los M... y V... La posición de privilegio, por supuesto, la ocupaba N... y al lado de él se sentó tímidamente C... (los otros sospechaban que a C... le gustaba N..., pero ella no lo admitía).

Aunque las reglas del juego exigían que la elección fuera dejada en manos del azar, el grupo permitía siempre que el papel de banquero lo ocupara N... Al fin y al cabo, aunque no ocupara tal posición, cualquier disputa que surgiese sería resuelta a su juicio y antojo. Una vez investido, N... repartió el dinero que correspondía a cada uno y alcanzó el dado a H... para que lanzara el primero (una vez más, nadie se atrevió a indicarle que la elección del primer participante debía ser puesta a consideración de la suerte).

Después de más de dos horas de juego, todavía no se había resuelto quien sería el ganador, sin embargo, todo apuntaba a la pareja de hermanos. R... se encontraba realmente contento y no dejaba de repetir que, a pesar de tener la carga de enseñarle a su hermanita, por primera vez ésto no iba a significar su ruina. N... estaba claramente contrariado con la suerte del juego y no podía entender como era que el más desfavorecido (por su propia decisión) era quién lideraba. No obstante, mantenía las apariencias y no dejaba ver su descontento, pensando que tal vez la suerte cambiara de un momento a otro.

A solo un movimiento de ganar R... tomó el pequeño cubito blanco y lo batió dentro de la cueva formada por sus dos manos enfrentadas. Sopló una vez y soltó el dado que rodó casi hasta el otro lado del tablero y fue parar justo al lado del pie derecho de N...

— ¡Seis, seis, seis, seeeeeeeeeis! –alentaba R... mientras el azar rodaba por el suelo–. –¡Seeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeis, gané, gané, gané!– El chico se había levantado y saltaba alrededor de la habitación enloquecido por su victoria y abrazaba a su hermanita que todavía no podía terminar de entender cómo era que había ganado. El resto no salía de su asombro y esperaba la reacción de N..., que continuaba revisando mentalmente cómo había sucedido semejante tragedia. Era la primera vez que alguien le ganaba en un juego y no podía soportar el sabor de la derrota.

En el momento en que N... iba a declarar la anulación de la victoria de R... argumentando que él había cometido un error involuntario y creyendo que su decisión no iba a ser refutada, unas palabras cayeron sobre su cuerpo como un baldazo de agua fría. R..., sentado en el gran sillón de la sala –que a los ojos de todos era ahora un trono real dictaminó:
— ¡De ahora en más el que toma las decisiones soy yo!  


domingo, 13 de junio de 2010

Consejos útiles para comportarse como se debe en la mesa de Mirtha Legrand

¡Estoy con el campo!
Pierre Bourdieu

Ahora que estamos en clima mundialístico, y que todos (¿todos?) olvidan sus desesperanzas, sus temores, sus preocupaciones; ahora que judíos y cristianos comparten... sí, señor prejuicioso y malpensado, los judíos también comparten; ahora que los diputados se toman un mes de vacaciones (es cierto, siempre buscan alguna excusa para no sesionar: el mundial, el verano, las elecciones, el frío, la ausencia del partido contrario en el recinto); ahora que en el Rincón del Gordo Morcilla hemos llegado ya al tercer año de intrascendencia en este mundo virtual. Ahora. Sí, ahora es el momento de ponernos serios y hablar de cosas que le importan a algunos, a ninguno, a la mayoría y a las minorías, a oficialistas y a opositores, a los de derecha y a los de izquierda... a todos y a todas.

Por eso, y a raíz de sus numerosas consultas, queridos lectores... llega una nueva entrega de la columna que es coreada en los estadios de fútbol, en las piletas de natación, en las pistas de carrera, en las canchas de golf, en los courts de tenis; y también en las unidades básicas y en los comités. Con ustedes un nuevo compendio de...

Consejos útiles para personas inútiles

Hoy: Consejos útiles para comportarse como se debe en la mesa de Mirtha Legrand

Quién más, quién menos ha aspirado al éxito, en cualquier ámbito de la vida: sea en la política, en el deporte, en la actuación, en las artes plásticas, en la literatura, en la economía, en la música o en la compra-venta de autopartes robadas. En este país, y desde hace ya demasiados años, muchos han pensado y han defendido públicamente que asistir al programa de la señora Rosa María Juana Martínez Suárez (a.k.a. Mirtha Legrand) es una consagración del éxito alcanzado. Aunque podamos discutir el status de ser invitado a dicha emisión televisiva con argumentos tan valederos como que a dicho programa también asisten felinos intrascendentes, maquilladores de turno o piqueteros devenidos en kirchneristas... no entraremos en tan profundas reflexiones y aceptaremos la premisa que tanto se encarga de repetir su conductora: "este programa trae suerte".

Ya acordado el hecho de que es valioso asistir a almorzar con la señora, encargamos al equipo de redacción  del Rinconcito una lista de consejos destinados a aquellos que hayan sido elegidos por el destino para concurrir:

1- La ubicación es primordial para poder hablar y por consiguiente obtener mayor beneficio de la asistencia. Procure siempre conseguir que la producción lo siente lo más cercano a Mirtha posible. Es más factible conseguirlo cuanto más irrelevantes sean los demás invitados. (No es lo mismo si lo invitan junto a Joan Manuel Serrat que si lo hacen junto a Facundo Pastor).

2- Haber conseguido un buen lugar todavía no le comporta una participación importante. Debe intentar hablar en todo momento y no dejar que la señora lo interrumpa. De ser necesario puede recurrir a medidas extremas: subir el tono de voz ante posibles interrupciones, ademanes de cortesía que indiquen la importancia de sus palabras. Jamás deje en evidencia que le jode la interrupción, pero asegúrese de que sus ideas puedan ser expresadas en su totalidad.

3- Procure comer algo antes. Es muy probable que terminen sirviéndole un Roll de salmón con extracto de agua de té verde y mixtura de vegetales (Lo que es: un minúsculo trocito de salmón salpicado por una sustancia verdosa de dudosa existencia y 1/4 zucchini y 1/3 de zanahoria austríaca cortadas en juliana). Obviamente, no se puede repetir... ni tampoco decir: "¿No tenés una milanesa con fritas, che?

4- Afanarse los cubiertos está mal visto.

5- Si le toca en la misma mesa que un político, deje de lado los chistes alusivos. Suelen ser de mal gusto y lo van a dejar mal parado con el público.

6- Intente asegurarse una mini actuación al final del programa... eso le dará un toque extra de protagonista. No se angustie si usted tiene una profesión que no pueda demostrar ningún hecho (ejemplo: político), puede decir que canta, hace magia (los políticos debieran evitar esto para no generar posibles comparaciones), o toca la guitarra (a Rafael Bielsa le sirvió... ¿alguien se acuerda de Rafael Bielsa?). Si es mujer puede llevar un vestido escotado o una falda y esperar que la inviten a desfilar... (si es una mujer fea, evite este intento, el tiro puede salirle por la culata)

7- No es muy recomendable intercambiar (en cámara) el reloj que le ha tocado por el que le tocó a Julio Bocca, procure hacerlo cuando hubo finalizado el acto.

8- Si no ha logrado protagonismo en todo el programa y ya no tiene ningún tipo de escrúpulos puede levantarse violentamente de la mesa al grito de: ¡Vieja gorila! ¡vieja gorila! y marcharse sin más. Al otro día  (y hasta quizás durante una semana entera) tendrá prensa en los incontables programas amarillistas. Es obvio que los lamebotas intentarán defenestrarlo, pero a usted le supone una publicidad gratuita y debe saber aprovecharla y convertir lo negativo en positivo.

9- No hable del marido de la señora, ni de la homosexualidad de su hijo, ni pregunte por qué su hermana melliza tiene tantas arrugas en la cara.

10- No hable con la boca llena, y siempre esté atento a no llenarla cuando tiene chances de hablar.

11- Pídale a todos sus conocidos que manden mensajes al programa para generar la impresión de popularidad. No abuse, o se notará el artilugio.

Hasta aquí los consejos que nos acercan los miembros de la redacción... quedará en ustedes ponerlos en práctica y contarnos sus resultados. El Rinconcito del Gordo Morcilla no se responsabiliza por su uso indebido, ni por obtener resultados adversos.

Doctor Seisdedos,
Consultor político, asesor de imagen y marketing. 

lunes, 31 de mayo de 2010

De la vida burguesa (1)

A través de la historia, las clases económicamente favorecidas han tratado de diferenciarse constantemente del vulgo y de asimilarse cada vez más a estándares propios de otras clases culturalmente superiores (que paradójicamente también han tratado de distanciarse de las anteriores, las cuales podían tener plata, pero eran grasas).

Este proceso puede verse claramente graficado en el ámbito del deporte. Allá por los comienzos del siglo XX, por ejemplo, el fútbol en nuestro país era un espectáculo típico de la familia de las clases media-alta y alta, las cuales concurrían a las gradas de los estadios a observar a veintidós caballeros (propietarios y profesionales) revolcándose en el lodo con el objeto de patear una pesada pelota de cuero. Poco a poco, el deporte fue adquiriendo popularidad, y las clases medias y bajas empezaron a encontrar en el fútbol un entretenimiento viable (el fútbol, además, no requiere grandes requisitos para jugarse). Con esta invasión del pueblo, los ricos no tuvieron más opción que huir del olor a choripan y a vino tinto para refugiarse en deportes en donde la lacra popular aún no hubiera llegado. Recurrieron al tenis, al rugby y al hockey, entre otros. Estos juegos, no obstante (y sin llegar a equiparar el fenómeno del fútbol), también fueron haciéndose paulatinamente populares y vieron entrar a sectores de la clase media a su territorio, por lo que una vez más los ricos tuvieron que escaparse a nuevas modalidades: deportes náuticos, etc.

Podría estar hablando de estas reacciones durante tres horas (lo cual no sería bueno para nadie); sin embargo mi intención es la contraria: demostrar la que hasta ahora ha sido una de las excepciones a la regla. Es decir, hablar de las características del deporte que nunca ha llegado a ser ni medianamente popular, y en el que las destacadas clases altas pueden sentirse seguras desde hace más de un siglo: el polo.

El polo es un deporte en el que ocho oligarcas (cuatro por equipo) se montan en caballos especialmente criados para la competición, y al trote tratan de meter una pequeña pelota por un arco, pegándole con un palo largo que llega hasta el suelo, parecido al de crocket. O sea, es igual a todos los deportes, pero con caballos. El juego en sí es aburridísimo, y el hecho de que cada vez que un jugador pierde la pelota tenga que girar 180º con los caballos no lo mejora en absoluto. No es difícil imaginarse por qué este juego se practica sólo en pequeños círculos de algunos países.

Un tema polémico del polo es el uso de los caballos. Los mismos están sometidos a arduos entrenamientos por los que muchas veces mueren. Además, el hecho de que valgan tantos miles de dólares y que estén metidos en un deporte que se juega entre personas de altas rentas, los hace proclives al envenenamiento por parte de los equipos rivales. De más está decir que la misma gente que se entretiene con el juego del polo, probablemente frunza la nariz y reclame por los derechos de los animales cuando vea pasar un carrito de cirujas tirado por un caballo.
Pero mientras los competidores (y sus respectivos jinetes) se esfuerzan en el campo de juego, la verdadera acción transcurre al margen de este, en las plateas. Allí se llevan a cabo grandes ventas de propiedades, intercambios de vehículos, acciones y negociados de hijas y primogénitos. El referee, que cabalga también por el campo de juego, pispea constantemente los palcos, saboreando de antemano la jugosa propina que le quedará por prestar sede a los negocios.

[ El pato, por otra parte es un juego muy parecido, en el que en vez de pelota se usa un símil de ave hecho de madera y plumas y se lo trata de introducir por aros verticales. Al igual que el polo está restringido a clases altas y por razones totalmente entendibles es el deporte nacional de Argentina. ]

Podría gastarme en hacer una larga y poco graciosa lista de consejos (por nadie requeridos) para hacer del polo un deporte con más arraigo popular. Podría proponer subsidiar la cría de caballos y trasladar el deporte a clubes de barrios y de ciudades del interior del país; o impulsar una banda de cumbia que cante acerca del deporte (a la que podríamos llamar “Polo vago” o “Yegua brava”); o incluso exigir al estado la compra de los derechos de retransmisión de los partidos: “Polo para todos”. Pero la verdad no vale la pena. Si la gente nunca ha salido de los barrios corriendo hasta San Isidro, debe ser por alguna razón. Hay veces en que el millón de moscas no se equivocan.