Pocas veces en lo cotidiano de nuestros días somos concientes de las frases hechas que reproducimos. Ignoramos no sólo su origen, sino también su verdadero significado. Sin embargo, el análisis de los hechos y las circunstancias que dieron vida a lo que creíamos naturalmente nuestro puede hacernos personas más sabias y, de alguna manera, seres mejores.
El Rincón del Gordo Morcilla se enorgullece en presentarles, una vez más, la historia detrás de los refranes o dichos populares. En esta ocasión estudiaremos a la afamada expresión “me (lo) contó un pajarito”, que en el imaginario social es utilizada para hacerse el boludo y dar a entender que determinada información nos fue transmitida por algún sujeto que prefiere mantenerse en el anonimato.
Corría abril de 1950 cuando en la ciudad de Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires, Doña Raquel Monasterio de Monteagudo daba a luz al último de sus cinco hijos varones: Victorino Monteagudo. El niño se destacó desde sus primeros meses por su notable inteligencia y su rapidez a la hora de resolver cualquier tipo de planteos cotidianos. Desarrolló tempranamente el habla y a partir de entonces hizo uso (en ocasiones exagerado) de esa habilidad.
Tuvo una infancia alegre en el pequeño poblado ubicado al sur del territorio bonaerense, adonde poco a poco iba haciéndose conocido por su extroversión y sus destrezas en el campo de la sociabilidad. Cuando el joven Victorino transitaba la adolescencia ya toda la ciudad sabía de él y su reputación era pública. Y fue justamente eso, su reputación, lo que lo haría dar el salto definitivo hacia la memoria colectiva de todos.
Victorino Monteagudo era conocido por ser la persona más chusma de la región. Y no sólo eso: sino, sobre todo, por la calidad, la confiabilidad y el detalle que cada uno de sus cotilleos presentaba. Cada rumor de infidelidad, cada escándalo público y cada acontecimiento de la vida privada de todo habitante de Trenque Lauquen (e incluso de los poblados cercanos), Victorino lo sabía antes. Y lo sabía mejor. Incluso aquellos borrachos que, habiéndose olvidado lo qué habían hecho la noche anterior, iban a preguntarle a él, que con toda precisión podría informarle de sus acciones.
En el pueblo lo apodaron “el pájaro”, dada su pequeña contextura física y la rapidez con la que se iba ‘volando’ a contar el chisme del momento por todo el pueblo.
Poco a poco Victorino se daba cuenta de que su lugar en el mundo era éste: el de alcahuete, bocón, cuentero, botón, vigilante. Y no le importaban las burlas y los agravios, ni en su lejana niñez le habían causado molestia alguna, allá cuando era golpeado por sus hermanos luego de contarle a papá y mamá que Franco estaba fumando, que Raúl andaba de novio o que Mario se había rateado de la escuela.
Así fue que Victorino, en 1973, dos años después de mudarse a la Capital Federal, fundaba su primer revista de chimentos, “Lo que pasa”, Biblia del rumor farandulero. Rápidamente las ventas se propagaron y sus productos se multiplicaron y diversificaron: más revistas, transmisiones radiales y, eventualmente, programas de televisión. Su figura era ampliamente reconocida en el ámbito del espectáculo: los famosos lo interpelaban para conocer la última noticia al tiempo que se cuidaban de no soltarle nada, sabiendo que una vez que el Pájaro Monteagudo se enterase de sus secretos, sería imposible detener el avance del rumor.
Durante casi dos décadas, Victorino Monteagudo fue admirado por muchos, detestado por otros tantos y respetado por todos. En los altos círculos del espectáculo porteño quienes se enteraban de algún rumor y no querían responsabilizarse por el, decían que “se los había contado el pájaro”. Poco a poco la expresión fue extendiéndose y terminó por usarse el “me lo contó un pajarito” cuando determinada información provenía de una fuente externa cualquiera.
Pero es sabido que la luz de los reflectores y los aplausos no garantizan la felicidad. Victorino, llegando a sus cuarenta años, se sentía sólo entre las personalidades de la alta sociedad capitalina. Extrañaba el aire de pueblo, la relación entre vecinos, los chusmeríos familiares. Tal vez fue motivado por estas emociones cuando aquel memorable 5 de agosto de 1989 Victorino Monteagudo vendió todas las acciones de su imperio mediático y volvió a Trenque Lauquen, su amada ciudad natal.
Hoy, a los 60 de edad, casado y padre de dos hijos (ambos relacionistas públicos), es prócer ineludible de los reporteros, paparazzis y demás chusmas que colman las tardes de los programas de televisión abierta y las tapas de las revistas con mayor tirada. El legado de Victorino “el Pájaro” Monteagudo está presente todo el tiempo: cuando nos enteramos del nuevo romance de Ricardo Fort, cuando nos impacientamos por saber cuánto tiempo de cárcel le darán esta vez al Pity Álvarez y cuando un amigo nos dice “no sé, a mi me lo contó un pajarito”.
El Rincón del Gordo Morcilla se enorgullece en presentarles, una vez más, la historia detrás de los refranes o dichos populares. En esta ocasión estudiaremos a la afamada expresión “me (lo) contó un pajarito”, que en el imaginario social es utilizada para hacerse el boludo y dar a entender que determinada información nos fue transmitida por algún sujeto que prefiere mantenerse en el anonimato.
Corría abril de 1950 cuando en la ciudad de Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires, Doña Raquel Monasterio de Monteagudo daba a luz al último de sus cinco hijos varones: Victorino Monteagudo. El niño se destacó desde sus primeros meses por su notable inteligencia y su rapidez a la hora de resolver cualquier tipo de planteos cotidianos. Desarrolló tempranamente el habla y a partir de entonces hizo uso (en ocasiones exagerado) de esa habilidad.
Tuvo una infancia alegre en el pequeño poblado ubicado al sur del territorio bonaerense, adonde poco a poco iba haciéndose conocido por su extroversión y sus destrezas en el campo de la sociabilidad. Cuando el joven Victorino transitaba la adolescencia ya toda la ciudad sabía de él y su reputación era pública. Y fue justamente eso, su reputación, lo que lo haría dar el salto definitivo hacia la memoria colectiva de todos.
Victorino Monteagudo era conocido por ser la persona más chusma de la región. Y no sólo eso: sino, sobre todo, por la calidad, la confiabilidad y el detalle que cada uno de sus cotilleos presentaba. Cada rumor de infidelidad, cada escándalo público y cada acontecimiento de la vida privada de todo habitante de Trenque Lauquen (e incluso de los poblados cercanos), Victorino lo sabía antes. Y lo sabía mejor. Incluso aquellos borrachos que, habiéndose olvidado lo qué habían hecho la noche anterior, iban a preguntarle a él, que con toda precisión podría informarle de sus acciones.
En el pueblo lo apodaron “el pájaro”, dada su pequeña contextura física y la rapidez con la que se iba ‘volando’ a contar el chisme del momento por todo el pueblo.
Poco a poco Victorino se daba cuenta de que su lugar en el mundo era éste: el de alcahuete, bocón, cuentero, botón, vigilante. Y no le importaban las burlas y los agravios, ni en su lejana niñez le habían causado molestia alguna, allá cuando era golpeado por sus hermanos luego de contarle a papá y mamá que Franco estaba fumando, que Raúl andaba de novio o que Mario se había rateado de la escuela.
Así fue que Victorino, en 1973, dos años después de mudarse a la Capital Federal, fundaba su primer revista de chimentos, “Lo que pasa”, Biblia del rumor farandulero. Rápidamente las ventas se propagaron y sus productos se multiplicaron y diversificaron: más revistas, transmisiones radiales y, eventualmente, programas de televisión. Su figura era ampliamente reconocida en el ámbito del espectáculo: los famosos lo interpelaban para conocer la última noticia al tiempo que se cuidaban de no soltarle nada, sabiendo que una vez que el Pájaro Monteagudo se enterase de sus secretos, sería imposible detener el avance del rumor.
Durante casi dos décadas, Victorino Monteagudo fue admirado por muchos, detestado por otros tantos y respetado por todos. En los altos círculos del espectáculo porteño quienes se enteraban de algún rumor y no querían responsabilizarse por el, decían que “se los había contado el pájaro”. Poco a poco la expresión fue extendiéndose y terminó por usarse el “me lo contó un pajarito” cuando determinada información provenía de una fuente externa cualquiera.
Pero es sabido que la luz de los reflectores y los aplausos no garantizan la felicidad. Victorino, llegando a sus cuarenta años, se sentía sólo entre las personalidades de la alta sociedad capitalina. Extrañaba el aire de pueblo, la relación entre vecinos, los chusmeríos familiares. Tal vez fue motivado por estas emociones cuando aquel memorable 5 de agosto de 1989 Victorino Monteagudo vendió todas las acciones de su imperio mediático y volvió a Trenque Lauquen, su amada ciudad natal.
Hoy, a los 60 de edad, casado y padre de dos hijos (ambos relacionistas públicos), es prócer ineludible de los reporteros, paparazzis y demás chusmas que colman las tardes de los programas de televisión abierta y las tapas de las revistas con mayor tirada. El legado de Victorino “el Pájaro” Monteagudo está presente todo el tiempo: cuando nos enteramos del nuevo romance de Ricardo Fort, cuando nos impacientamos por saber cuánto tiempo de cárcel le darán esta vez al Pity Álvarez y cuando un amigo nos dice “no sé, a mi me lo contó un pajarito”.
Victorino "el pájaro" Monteagudo
1950-
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