viernes, 8 de octubre de 2010

El baño como centro de cultura

Pocas veces este humilde matasanos se dedica a la escatología. No por pacato, tampoco por repulsión, mucho menos por tilinguería. Ocurre que no encuentra fácilmente la forma de presentarla con elegancia. Dirán algunos que, justamente, querer presentar la escatología con elegancia es de pacato, repulsivo y tilingo. Bueno, no nos detengamos en nimiedades discursivas. Digamos que soy pacato, digamos que soy repulsivo, digamos que soy tilingo... (digamos, así como supositorio)

Como lo indica el título, vamos (ven, esta es una estrategia para buscar elegancia) a reducir esta nota a un pequeño espacio... basta de usar cronotopo a la ligera... digamos espacio. El baño es normalmente el espacio más reducido de una casa, el más apretado, el más íntimo. No por nada, allí entramos solos... aunque no es una regla tan inflexible y existen numerosas razones por las cuales se comparten los baños... no importa, eso no nos interesa (por ahora). Volvamos, vuelvo a la idea de la intimidad. En el baño pasamos nuestro tiempo a solas, con nuestros pensamientos, nuestras fantasías, nuestros deseos secretos (no que en otros lugares no lo hagamos, pero el baño se presta a eso). Casi no me animo a decir que el baño es un lugar primordialmente filosófico. Imagino que Descartes, Kant, Derrida y José Pablo Feinmann habrán pensado bastante en sus respectivos toilets.

Pero no sólo a la posibilidad del pensamiento invita la soledad del cuartito. Hay quienes allí leen (y me cuento entre ellos). Algunos se llevan el diario del domingo... o del sábado, o del día que lo compren... nunca me resultó simple pasar las grandes páginas de los periódicos sentado en el inodoro, pero algunos tienen mayor capacidad y lo hacen sin problemas; otros, argumentando la liviandad de la lectura, se llevan revistas (las selecciones del Reader's Digest, la Viva, 7 días, Gente, etc.); los menos se dedican a la literatura... los más optan por cuentos cortos, pero hay quienes se le animan a novelas. Conozco incluso personas que no contentas con sólo pensar, portan libros complejos como Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno, o las obras completas de Sigmund Freud. Estas últimas suelen ser sujeto de protesta de sus respectivas familias, apuradas por cepillarse los dientes o lavarse la cara.

¿Quién no ha cantado en la ducha? Que arroje la primera piedra quien esté libre de pecado... Todos cantamos en la ducha... y lo peor es que allí se produce un engañoso efecto que mejora nuestra voz increiblemente. Son varios los factores: el eco que se produce por lo reducido del espacio, la humedad (especialmente en invierno, cuando más vapor se produce por el agua caliente), el mismo ruido del agua cayendo que atempera nuestros gritos. En fin, en la ducha todos nos creemos Sinatra... sólo para descubrir la triste verdad de nuestra horrible voz de batracio al salir cantando del baño y encontrarnos con un zapato volando en nuestra dirección.

Llegado a este punto podrán decir que estoy exagerando... es posible, suelo exagerar, me gustan las hipérboles, y así es que transformo toda pequeña ocurrencia en una gran teoría que no se sostiene ni en lo más mínimo y ante la primera refutación cae como torre golpeada por avión (¿es válida esta comparación, o debo esperar algunos años más para usarla?).
Al final, no salió tan escatológica la nota... creo que salió demasiado tilinga, pacata. Tratemos de revertirlo incluyendo palabras soeces:

culo
pito
caca
revolución productiva

Doctor Seisdedos (lector in bagno)