miércoles, 21 de febrero de 2007

Momento de enojo

Hoy me enojé. En serio. Es que me enfurece la gente que se cree demasiado grande como para asistir a ciertos eventos sociales (por llamar así a una pobrísima reunión que acabó teniendo menos del tercio de los esperados concurrentes).
Todo empezó cuando se pactó la hora y el lugar de dicha reunión. Y según pregunté el día anterior, habían sido avisados el trescientos por ciento de la gente, pero: ¡oh casualidad!, al día siguiente no fue nadie.
Al principio no sabía si pensar que habían complotado contra la organización o si se habían desentendido, o si... Pero todo se aclaró cuando horas después del fracaso, ya en mi casa, averigüe que la tan aclamada organización y repercusión del evento había sido una completa MIERDA. Nadie se había enterado y cuando me comuniqué con las organizadoras, con el único objetivo de re cagarlas a puteadas, casi me hacen creer que la culpa era mía, o del espíritu santo o de cualquier otro ser ajeno a ellas mismas.
Sus excusas no me detuvieron y no solo que estoy seguro de haberlas matado intelectualmente, sino que la cosa siguió. Ahora me dirigí a los (o mejor "las") que les nombré al principio del artículo: gente estúpida, que se creen muy importantes y creen que no es digno de ellas reunirse para tratar un tema vulgar con gente de minor category que ellas. Les dije que algún día se iban a dar cuenta lo ciegas que eran y cuando me quisieron sobrar, les dí un poco de lo que yo llamo ira escrita.

Para terminar con esta verborragia de "ira escrita", les digo a ellas, que ya saben quienes son (y quizás nunca lean esto) y a todos los que se crean más que los demás:

SON UNA MIERDA. SON IGUALES A LOS DEMÁS Y EL PENSAR QUE SON MEJORES LOS HACE MÁS ORDINARIOS TODAVÍA.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Para leer y disfrutar...

Acá les dejo un cuento que escribí hace un tiempo....



En la selva del Amazonas

El barco navegaba tranquilamente hacia el puerto. Nosotros, sobre la cubierta, contemplábamos impacientes la gente que caminaba sobre el muelle. Es que por fin estábamos llegando a la bella ciudad de Manaos, una ciudad industrial del noroeste brasilero. Esta ciudad tiene una particularidad que la hace única: está construida en el medio de la selva del Amazonas.

Habíamos ido allí para aprender más sobre la cultura Banibas, indígenas que junto a los Barés, Passés y Manaós habían habitado la zona durante siglos. Luego del desembarco nos dirigimos a un negocio de alquiler de vehículos con la intención de rentar un jeep, porque según nos había dicho nuestro guía Gilberto, la zona era bastante pantanosa y difícil de circular. La pequeña aldea aborigen se encontraba a más o menos 10 Km.. de la ciudad. Sin embargo debido a lo dificultoso y serpenteado del camino tardamos más de una hora en llegar al lugar.

En medio de la espesura de la selva, alcanzamos a avistar las chozas. Cuando estábamos cerca dos individuos altos, morenos, de pelo enrulado cortito como los africanos se nos acercaron al vehículo. Nuestro guía que hablaba en la lengua Mbangâ, les dijo que éramos dos arquitectos que veníamos para aprender de ellos, que queríamos pasar algunos días en su tribu para ver como vivían. Contestaron que el jefe Dtíaga sería quién decidiría si nos podíamos quedar o no. Fuimos llevados con el líder de inmediato, y luego de darles las mismas

explicaciones que a los guardias, éste consultó con el que parecía ser el más anciano de la tribu. Nos dieron su aprobación y dejaron una choza a nuestra disposición.

Tremenda sorpresa nos llevamos al día siguiente cuando, al amanecer, se escuchó como si alguien estuviera bailando y cantando. Nos asomamos a la puerta de la choza que gentilmente nos habían cedido para que descansemos y pudimos observar a toda la tribu danzando en largas filas y cantando alrededor de una pira adornada con iperângas, una pequeña flor celeste parecida a la enamorada del sol.

Esta ceremonia se realiza cada 40 años según el calendario indígena, que se rige por el sol y la luna -en el calendario gregoriano equivale a 6 meses- para rendir culto a Adão, el dios de la fertilidad.

Arman una pira y colocan encima una corona de iperângas, luego se realiza la danza ritual y el cántico sagrado de los banibas. Luego se hace arder las flores que en la creencia indígena significa abundancia. Nosotros tuvimos la suerte de estar en el momento preciso para observar la ceremonia. Incluso por ser invitados especiales, el anciano de la tribu nos invitó a nosotros a prender el fuego que haría arder la pira. Fue algo magnifico pero las manos nos quedaron coloradas de tanto frotar los palitos, claro ellos no tienen encendedores.

Al día siguiente se sale a cazar puesto que se supone que Adão proveerá suficiente comida. Los banibas cazan con lanzas hechas de las ramas de los árboles y con redes tejidas con las fibras de algunas plantas de la selva. Entre los animales de la zona estaban

una especie de yacarés, aves parecidas a las palomas y unos roedores que nos dijeron que se llamaban nenguè.

El tiempo que pasamos con ellos fue grandioso, aprendimos mucho de sus cultura. Por ejemplo toman una infusión de iperânga muy parecida al mate tereré del Paraguay y el norte argentino.

Nosotros como arquitectos que somos notamos un gran desarrollo en la construcción de las chozas, muy proporcionadas. Además los caminos estaban diagramados para tener una comunicación muy fluida entre los integrantes de la tribu.

Volvimos muy reconfortados del viaje a nuestra querida Paraná donde ahora tomamos la infusión de iperângas que aprendimos a preparar mientras caminamos por la nueva costanera de la ciudad.