Ser negro (de piel, se entiende, ¿no?) no es tan malo si uno se pone a pensar que eso conlleva normalmente una serie de atributos para nada despreciables: sentido del ritmo o una voz maravillosa. También puede significar una capacidad atlética superior a la de cualquier blanco, sumamente ventajosa en carreras de 100 metros llanos o en partidos de básquet. Y no quiero caer en la vulgaridad, pero no puedo dejar de mencionar la leyenda de grandes prestaciones con que suelen venir equipados los negros.
En Argentina, sin embargo, ser “negro” es casi imposible. Esto es –en mi humilde saber– consecuencia de múltiples factores que no conviene desarrollar acá, en primer lugar porque no es el fin de este artículo, y en segundo lugar porque no tengo el suficiente respaldo documental para afirmar la no presencia de negros en el país. Valga decir que, a simple vista, es difícil encontrarlos (tal vez sepan esconderse muy bien). Digamos, simplemente, que encontrar negros en la Argentina actual es casi tan difícil como encontrar chinos en la Grecia Arcaica.
De todos modos, a falta de negros negros (es decir: negros posta), el epíteto ‘negro’ (amén de usos peyorativos en los que tampoco quiero ahondar) se ha convertido en uno de los apodos más utilizados para los hombres y mujeres (a saber, ‘negra’) de tez más oscura que el promedio de los habitantes, o aunque sea más oscura que el resto de integrantes de su grupo de pertenencia. Es probable que estas dos frases expliquen el fenómeno con mayor claridad:
“Yogurtu Mghe, era el joven más apuesto y más hermoso de la tribu. Su piel era tan oscura que en la aldea le decían «el negro».” 1
“Al Negro Aizcorbe lo llamaban el «Negro» porque era negro” 2
No es de extrañar, entonces, que habiendo tantos «negros» (de apodo), algunos de ellos hayan triunfado en la escena cultural argentina. No quiero decir que del total de la población de nuestro extenso país exista un porcentaje de “negros” (de apodo) tal que, oportunamente sobornados, pudieran inclinar la balanza electoral en beneficio de su Mecenas, sino que del total de «negros» (de apodo), que estimo no llegará siquiera al 1% del padrón nacional, existe un pequeño grupo que han alcanzado cierta notoriedad pública. Y de ellos, tan sólo un mínimo conjunto se han destacado por sus virtudes artísticas. Ellos son la inspiración de esta nota, a ellos está dedicada, a ellos (y solamente a ellos) incluiría en un hipotético círculo de Google+ (siempre que tuviera el privilegio de acceder a sus correos electrónicos personales) rotulado, tal vez: “negros capos”.
Por supuesto que estos son apenas los «negros» (de apodo) que yo conozco, y estimo merecedores de estar en el círculo de “negros capos”, y que, vuelvo a decir, están incluídos en él solamente por sus virtudes artísticas. Y sin más preámbulos permítanme presentarlos:
* Desde las mágicas tierras del Barrio de Flores, rodeado por sus consortes, ayudantes, ad láteres y aduladores variopintos, una persona cuyo rostro demuestra las marcas de la experiencia (¡y qué experiencia!), él eeeeeees: el “Negroooooooo” Dooooolinaaaa.
* Desde Rosario viene trotando, acompañado de su fiel canino parlante y gambeteando los embates de la vida, él eeeeeeeeeeeeees: el “Negroooooo” Fon - ta - na - rro - saaaaaa.
* La tribuna se agita, la tribuna alienta, la tribuna corea su nombre y deja caer sobre el campo una lluvia de papelitos. Démosle la bienvenida al “Negrooooooooooo” Caaaaaaloooooi.
* Abran paso, que es una dama. Abran paso que es una grande. Abran paso, que está un poco gorda. Ya llega, al ritmo de zambas y chacareras... la voz de la zafra. La mama, la pacha, ella es la “Negraaaaaa” Soooooosaaaaaa.
2 Primera oración de “El cuento del Negro Aizcorbe”, en Colinas de Octubre (Juan José Manauta, 1993)
Doctor Seisdedos,
blanco teta