martes, 26 de abril de 2011

El tiempo pasa

Durante los años 2001 y 2002, la República Argentina vivió dos de los años más críticos de su historia moderna. El default económico, la devaluación de la moneda, el corralito, la crisis social, el “que se vayan todos”, los saqueos, la represión, De la Rúa, Cavallo, Rodríguez Saá y Duhalde son apenas algunos de los recuerdos que persisten en la memoria colectiva, habiendo pasado casi una década del estallido popular.

Con un timing muy desafortunado, a principios de 2001 comenzó a televisarse una serie humorística que estaría al aire durante estas dos temporadas y que luego sería repetida hasta el cansancio en innumerables siestas por la cadena Telefé.

Estoy hablando, obviamente, de Poné a Francella. El programa en sí nunca me importó mucho y su modalidad de sketchs lo tornaba bastante repetitivo.

No obstante lo intrascendente de la tira, quiero resaltar a uno de sus personajes (o mejor, a uno de estos números): Enrique, el antiguo. Su protagonista, Enrique, no era otro que Francella con una peluca larga y lacia (al mejor look Leopoldo Jacinto Luque), que aparecía en tonalidades de grises en un mundo plagado de colores. El argumento giraba en torno a este personaje que, viviendo en el mundo actual (o sea, en el 2001), creía estar transitando aún los 70. Si era esquizofrénico, estaba endrogado o había estado congelado durante treinta años en una cámara, no lo sé.

Lo cierto es que Enrique hacía constante referencia a lugares que ya no existían, entonaba canciones de Palito Ortega y usaba términos pasados de moda (su latiguillo era “me está cachando”), logrando así el desconcierto de sus amigos y su novia (que no sé cómo se lo bancaban, dado que era terriblemente denso). Por otro lado, y a pesar de provenir de una época tan tormentosa como la de los 70’, Enrique poseía siempre un excelente estado de ánimo y no hacía referencia alguna a las dictaduras militares ni a la violencia armada de esa década.

(Aunque no parezca) No es mi intención desarrollar un trabajo monográfico sobre “Enrique el Antiguo”, sino hacer notar la velocidad con la que pasan los años y se suceden los cambios. Para esto, se me ocurrió esbozar las características de un personaje imaginario que, como este, esté atrapado en otra época viviendo en pleno año 2011. Pero en este caso, el personaje no creería vivir en los setenta, sino en la caótica coyuntura de los años 2001-2002.

Nuestro héroe se llama Fernando, el aburrido y tiene las siguientes características:

-Está siempre histérico porque no tiene trabajo y porque todavía le deben cinco meses de sueldo de su empleo anterior. Además, tenía unos pesos depositados y se los agarró el Corralito y los tiene que ir sacando de a migajas.

-Está copado con Bandana y se niega a escuchar Cd’s, porque los cassetes van a durar para siempre.

-No puede dejar de ver Gran Hermano 1, ese interesantísimo y misterioso programa del novedoso género “Reality Show”.

-Se ilusiona con la selección argentina de Bielsa y está seguro de que ganará el mundial con Verón como figura. El pibe Aimar, sin duda, es el sucesor de Maradona.

-Su ídolo es el Pipo Gorosito.

-Piensa que Bianchi y Macri son amigos inseparables.

-Cree que Bin Laden es la persona más malvada del mundo.

-Siempre está invitando a todos al cine a ver ese estreno que se las trae, Titanic.

-Cuando lo cargan, dice que lo están gastando.

-Cuando pasa una mujer fea, dice que es un bagayo.

-Cuando es afortunado, tiene tarro.


sábado, 16 de abril de 2011

La infamia de llamarse Grondona

Grondona n. m. : del latín Grondonus-a-um (gron "infamia", donus "don")
Infame, al que ha sido otorgado el don de la infamia.


Los griegos antiguos –muy pocas personas lo reconocen– fueron los verdaderos inventores de la división internacional del trabajo. Categoría que, mucho tiempo después, se le adjudicara a un señorito inglés (perdón, escocés) llamado Adam Smith que al parecer habría venido al mundo para reinventar la pólvora (que –como todos saben– fue inventada por los chinos, como [casi] todo).

Los pueblos de la hélade, tan avanzados ellos, con su filosfía, su teatro, su habilidad para la retórica y el retruécano, grandes productores de aceitunas y famosos por haber inventado los Juegos Olímpicos y también la pederastia, tenían un ordenado mundo religioso. La ventaja que tiene el politeísmo, frente a las religiones que proponen la existencia de un solo Dios, es que cada una de las deidades pueda dedicar todos sus esfuerzos a cumplir su tarea. La solución del monoteísmo es predicar la omnipotencia y omnipresencia de Dios, pero de esa manera se hace menos creíble la existencia del mal y las calamidades (como si Dios desde arriba dijera "algo habrán hecho"). Porque, ¿qué tan difícil le resultaría a un ser omnipotente y omnipresente intervenir para evitar "lo malo"?

En Grecia, la cuestión es más sencilla: no le rendís los honores requeridos a los Dioses. Hay tabla.

En fin, el politeísmo griego es casi casi como el mundo académico actual: con tener una licenciatura en gobierno de vientos no basta. Hay que tener un pos-doctorado en viento norte, o no existís.

Veamos, por ejemplo, a las encargadas de distribuir los destinos –el hado–: las moiras, tres hermanas solteronas dedicadas, la primera (Cloto) a hilar la hebra de la vida, la segunda (Láquesis) a medir el largo de la hebra, y la tercera (Átropos) a cortar el hilo.

Por lo tanto, nadie escapa a su destino, en tanto ya ha sido determinado por los dioses. En las discusiones que mantienen los estudiosos de la mitología aún no se ha llegado a un consenso respecto a quién escribe (por así decirlo) los destinos. Mientras algunos sostienen que esta tarea es propiedad exclusiva de las moiras, otros sugieren que es Zeus quién les indica a éstas como deben actuar en cada caso. Incluso, dicen, que si alguien le cae en gracia al Crónida, éste es capaz de ordenar a las hilanderas que retarden el fin de la vida de esa persona. Los que están en contra de esta teoría argumentan que la sacerdotisa Pitia confesó en un oráculo que Zeus también está sometido a lo que dicten las señoras, y que por mucho poder que tenga, con ellas no se puede hacer el loco.
Fruto de mi intermitente politeísmo, alguna vez llegué a elaborar la siguiente hipótesis: llamarse Grondona es estar condenado a la infamia. Pareciera ser que las moiras, al tratarse de los Grondonas, se dedican a hilar un destino caracterizado por el descrédito, por la deshonra, como así también por una marcada inclinación a la maldad o a la vileza, en cualquiera de sus formas.

Eso sí, debemos sospechar que don Julio tiene alguna amistad con Zeus, porque hace rato que le deberían haber cortado el hilo.


Doctor Seisdedos,
Mitógrafo, mitómano